
Aliados de nuestro entorno
Introducción: los empresarios damos un paso al frente
Antes había desigualdad entre los países, unos iban mejor y a otros les costaba más elevar la calidad de vida de sus ciudadanos. Ahora, la desigualdad crece cada vez más dentro de los propios países. Si a esto le unimos las crisis políticas, el auge de los populismos, el impacto de la IA —que va a crear numerosos empleos pero también destruirá otros muchos— podemos enfrentarnos a una polarización todavía mayor a la actual. En este contexto, a los empresarios nos toca ahora ocuparnos no solo de nuestro equipo, también de nuestros entornos y de la sociedad en la que convivimos; porque que nuestras países vayan bien es clave para que nuestras empresas vayan bien. Tenemos que asumir esa responsabilidad. No podemos ser indiferentes a la política, a los proyectos colaborativos, al pensamiento en las universidades y a los grandes debates. Tenemos que dar un paso al frente.
Un nuevo modelo de entender los negocios
Las empresas han dejado de ser solo generadoras de riqueza: hoy son actores clave del cambio social. En regiones donde gran parte de la economía es sumergida y los márgenes para políticas fiscales son reducidos, la mejora de la sociedad depende cada vez más de la capacidad transformadora del sector privado. En este contexto, el capitalismo consciente —promovido a través de una nueva cultura empresarial—, y el compromiso de las familias empresarias, emergen como pilar de un nuevo modelo de entender los negocios.
La empresa familiar, gracias a ese cambio cultural, tiene en sus manos una oportunidad histórica: convertirse en el motor de un capitalismo consciente: más humano y generador de valor compartido. Esto implica mirar más allá del beneficio inmediato y colocar el propósito en el centro de la estrategia: desde las decisiones sobre a quién contratar y qué proveedores elegir, hasta cómo innovar para dejar un legado sostenible.
Familias empresarias, palanca de cambio de cultura empresarial
Es una realidad, aceptada en mayor o menor medida, que el futuro de los países pasa por el de sus empresas. De ahí que sin una cultura empresarial con impacto social es muy difícil que los estados consigan transformarse y elevar la calidad de vida de sus ciudadanos. Un aspecto especialmente importante en Latinoamérica, donde 8 de cada 10 empresas, con independencia de su tamaño, son familiares. De forma que en el núcleo de esa cultura empresarial está la familia.
Podemos afirmar que la cultura empresarial con impacto social comienza en casa, en los valores de la familia, en la gobernanza que abraza la diversidad y en la visión que integra generaciones en torno a un propósito común. Así ha sido a lo largo de la historia, donde las familias empresarias han sido catalizador y amplificador de los cambios sociales y económicos. Hoy, ese proceso se ha acelerado.
El modelo de familia ha evolucionado —se ha vuelto más diverso, abierto y plural—, mientras que el espectacular aumento de esperanza de vida ha provocado que durante décadas coexistan hasta tres y cuatro generaciones, retrasando los relevos y ampliando los tiempos de espera. A ello se añade un cambio de inquietudes y expectativas que marca una nueva era en la cultura empresarial.
Si antes lo más importante era hacer bien los negocios, ahora el objetivo es hacer el bien haciendo negocio; un cambio que asumen las propias escuelas de negocios; porque del empresario ya no solo se es-pera que genere riqueza y se distribuya a través del empleo. Se necesita más: un compromiso con la comunidad, con el medio ambiente, con todos y cada uno de los grupos de interés. Una dimensión social que está en plena expansión.
Las verdaderas revoluciones surgen desde dentro
Pero las verdaderas revoluciones y las que acaban teniendo éxito son las que surgen desde dentro; y las empresas familiares se están transformado internamente, asumiendo como propósito familiar y empresarial ese impacto social.
En este nuevo marco de actuación, la implicación, compromiso, comunicación, confianza y cohesión entre generaciones es clave para adoptar decisiones adecuadas. Como también lo es construir una misma visión empresarial compartida, que facilite que la familia permanezca unida y fortalezca el compromiso de todos sus miembros. Conseguirlo exige tiempo para reflexionar conjuntamente, definir un proyecto común y materializarlo a través de un esfuerzo colectivo. Y todos deben reconocerse en esa hoja de ruta con un papel propio, incluidos lo más jóvenes y sus reivindicaciones en materia de sostenibilidad y diversidad, por ejemplo.
Así, ese cambio de cultura tiene como consecuencia una revisión del propósito e impacto de la empresa familiar. De hecho, y esta es la novedad más importante en décadas e, incluso, en siglos, las familias empresarias asumen que ellas mismas deben ser una fuerza de cambio.
Si la gestión del cambio siempre es compleja, en las empresas fa-miliares aún lo es más, porque se entremezclan las relaciones profesionales y familiares. Pero, en esta ocasión, evolucionar no es una opción: es una obligación, ya que está en juego su supervivencia. Es inaplazable adecuar la tomar de decisiones y la gestión del patrimonio a las nuevas demandas sociales y, al mismo tiempo, ganar competitividad. Porque la experiencia demuestra que un impacto social positivo puede mejorar los resultados y la posición en el mercado de las marcas y las compañías.
La respuesta a este desafío, en la mayoría de los casos, está dentro de las propias familias. Cuentan con el conocimiento, experiencia y resiliencia de las generaciones precedentes. Mientras que las nuevas generaciones aportan formación especializada, talento, creatividad y una visión de los negocios adecuada al mundo de hoy y del mañana.
Empresarios, activistas del cambio
En el Consejo Empresarial Alianza por Iberoamérica, una organización que reúne a más de 350 presidentes de compañías y familias empresarias de 18 países que comparten una misma actitud —creer, crear y crecer en Iberoamérica— encontramos ejemplos reales de esta nueva visión.
Sabemos que la desigualdad no es rentable ni sostenible, y que los empresarios somos parte de la solución. A partir de ahí, toca escuchar y dialogar con todas las partes para ponerse manos a la obra; porque acabar con la pobreza no es tarea fácil, pero no es imposible.
Es lo que nosotros denominamos un capitalismo consciente, aliado de los colectivos más vulnerables y que tiene como objetivo acelerar el crecimiento económico para generar recursos que permitan combatir pobreza y desigualdad, rompiendo círculos viciosos para dar paso a una dinámica positiva que se retroalimente y permita más recaudación fiscal, nuevas infraestructuras, mejor educación, más empleo formal, etc.
Entre los miembros de CEAPI encontramos numerosos empresarios que son una verdadera referencia a la hora de promover ese capitalismo consciente y extenderlo, a través de una visión 360°, a toda la cadena de valor: desde proveedores, empleados, clientes y destinatarios de la acción social.
Uno de ellos es el mexicano Carlos Slim, presidente del Grupo Carso y premio Enrique V. Iglesias a la proyección del espacio empresarial iberoamericano, quien considera que «la pobreza, la marginación y la ignorancia fueron siempre problemas éticos y de justicia social, pero hoy son una necesidad económica, por lo que la mejor inversión pública y privada es combatir la pobreza e incorporar a la población marginada a la educación, la salud y al empleo cada vez mejor remunerado». Algo que solo se puede conseguir con crecimientos anuales del PIB superiores al 4,5%. Para ello, «el primer paso que tienen que dar las empresas si quieren tener impacto en la sociedad es creer en ella, en nuestros países y en Iberoamérica. En la vida es importante qué hacemos y es importante en qué creemos, porque son las personas las que transforman el mundo. Y cuando hemos pasa-do de una era de cambio a un cambio de era, es más necesario que nunca que empresas y gobiernos trabajemos juntos. Porque en momentos de cambio, hay que acompañar la evolución con propuestas, inteligencia y generosidad».
Por tanto, para que esto sea posible, además de empresas compro-metidas, se necesitan gobiernos eficaces. Como afirma uno de los socios panameños más antiguos de CEAPI, Stanley Motta, presidente de aerolíneas COPA y, también, premio Enrique V. Iglesias, afirma que «no hay empresas exitosas en estados fracasados, ni estados exitosos con empresas fracasadas». Una definición que, como empresarios, conlleva una responsabilidad en sí misma y a la vez recíproca de colaboración entre empresarios y gobiernos.
Es la misma tesis que también defendió la presidenta del Banco Santander, Ana Botín, cuando recibió el premio Enrique V. Iglesias de manos de S.M. el Rey Felipe VI: «Latinoamérica y el mundo necesitan un nuevo contrato social orientado a mitigar las desigualdades» y «a ello puede contribuir una mayor integración comercial en la región y que España se comprometa más con América Latina»; a lo que añadió que «en este sentido, los bancos pueden ser una potente palanca de cambio, impulsando aspectos como la digitalización, la sostenibilidad o la inclusión financiera».
Un diagnóstico acompañado de numerosas acciones como la de otros socios. Así, empresas como las impulsadas por Francisco Sinibaldi y Roberto Lara han desarrollado tortillas de maíz enriquecidas con proteína para combatir la desnutrición, aun cuando esto no les genera mayores ingresos. De hecho, les implica un esfuerzo adicional: deben llevar a cabo campañas educativas para que las comunidades acepten el sabor diferente y comprendan los beneficios nutricionales.
Mujeres empresarias: inteligencia y valor añadido
Pero entre los miembros de CEAPI también encontramos referencias en uno de los ámbitos en los que Latinoamérica todavía tiene un alto déficit, como es la incorporación de la mujer a los órganos de decisión. Paola Luksic, empresaria chilena, socia de CEAPI y cuya familia ha recibido el premio Enrique V. Iglesias, está convencida de que «ya no basta con ser la mejor empresa del mundo. Hay que ser la mejor empresa para el mundo». No es casualidad que en su grupo de empresas haya decidido que el 5% de los beneficios se destine a proyectos sociales, de forma que ese impacto positivo ha pasado a ser parte fundamental del propósito de la compañía. Y yo añadiría que para continuar ese camino en todas las empresas es necesario apostar por las mujeres. Es justo, inteligente y añade valor a la compañía.
Y es que antes, habitualmente, en las empresas familiares se excluía a las mujeres de las máximas responsabilidades, que pasaban a hermanos o cónyuges. Hoy, tenemos el ejemplo de Isabel Noboa, una empresaria que ha convertido la Corporación Noboa en un gran holding de Ecuador, y que ha incorporado ese impacto social en la gestión del patrimonio familiar. O el caso de la venezolana Mireya Cisneros que, además de poner en el diseño, planificación y ejecución de programas de Responsabilidad Social Corporativa dentro de negocios familiares como Digitel, Central Azucarera Portuguesa o Produvisa, ha promovido —a través de asociaciones como Venezuela sin Límites o Unidos en Red— más de 400 proyectos que han tenido impacto en más de 4 millones de personas.
Conclusión: las familias empresarias, líderes del cambio cultural hacia un capitalismo consciente
El desafío es enorme. Las compañías confiables, que durante las crisis demostraron seriedad y responsabilidad, son hoy referentes. Pero ese reconocimiento social implica también una obligación: no defraudar, actuar con coherencia, y convertir los valores en acciones visibles y sostenibles. Las empresas familiares, con su legado de compromiso, esfuerzo y propósito, están llamadas a liderar este movimiento, demostrando que el verdadero éxito empresarial se mide por el impacto positivo que dejan en la sociedad.
Hoy, la única vía viable para la supervivencia, el crecimiento y el progreso real es ser la mejor empresa para el mundo. Y eso se construye desde la escucha activa y la convicción de que cada eslabón de la cadena de valor es una oportunidad para transformar la sociedad. Las empresas que comprendan esto no solo ganarán la confianza de la ciudadanía; serán las que definan el futuro de un mundo que necesita que los empresarios sean aliados de su entorno.





